El orden natural del mundo (parte 1): el origen de la maldición

 


Por Juan de León

Hace un par de años escuché a Cristian Nada decir en uno de sus directos de YouTube: “¿Se dan cuenta que en este sistema no es posible resolver ningún problema? ¡Ninguno!”. Esa frase me impactó porque era lo mismo que yo pensaba, pero nunca había escuchado a nadie decirlo con tanta claridad. Durante años he estado elaborando teorías que expliquen por qué nunca se resuelve ningún problema social. Sin embargo, no fue hasta hace unos meses cuando se me ocurrió una idea que me hizo sentir escalofríos. De inmediato supe que era la mejor idea filosófica que había tenido jamás. Era la respuesta definitiva a la cuestión que había planteado Cristian. Y aunque tengo pensado escribir un libro desarrollando esta teoría con mayor profundidad, quiero compartirla lo antes posible con ustedes, al menos un resumen. Se irán publicando partes cada cierto tiempo.

PARTE I
EL ORIGEN DE LA MALDICIÓN

Imagina que eres un humano en el 20.000 a.C. Vas caminando por el bosque y te encuentras a un mamut. Es un animal gigante que emite fuertes rugidos. Te sientes pequeño ante semejante bestia. Necesitas que varios hombres te ayuden para cazarlo. Ves cómo uno de ellos muere atravesado por uno de sus colmillos. Esa experiencia te hace tomar conciencia de tu insignificancia en el mundo. Ya no eres un mono, ahora eres un humano con un cerebro capaz de elaborar ideas complejas. Este sentimiento de insignificancia e impotencia ante la naturaleza que te rodea ya no es simplemente una emoción fugaz como en otros animales: ahora se transforma en una idea abstracta que se guarda en tu memoria. Poco a poco, mediante el reforzamiento de esa idea por el recuerdo y por otras experiencias similares, se irá creando en tu mente una cosmovisión en donde los humanos ocupan un lugar secundario en el mundo.



La naturaleza se encarga de hacértelo recordar una y otra vez. Estás en la intemperie, tu única tecnología es una piedra afilada y una antorcha, pasas hambre, pasas calor en verano y frío en invierno, estás lleno de parásitos, te puede comer un depredador en cualquier momento. Cuando te duele una muela sabes que solo hay dos posibilidades: que la pierdas o que el dolor continúe. No existe la posibilidad de conservar la muela y calmar el dolor a la vez, esto solo es posible con la odontología moderna. La naturaleza era en aquella época algo mucho más terrible de lo que es hoy en día para nosotros. Tu cosmovisión de la naturaleza hubiera sido, entonces, la de una entidad muy poderosa que te arrastra, te lleva de un lugar a otro, hace contigo lo que quiere, y tú no puedes hacer nada para evitarlo. Comes cuando encuentras un animal o el clima te permite una buena cosecha; bebes agua cuando encuentras un lago o un río; duermes cuando anochece y despiertas con los rayos del sol; en resumen, vives de acuerdo a las reglas que impone la naturaleza. No puedes dominar las fuerzas de la naturaleza, solo puedes adaptarte a ellas para evitar que te destruyan.
No solamente el sufrimiento y la impotencia frente a la naturaleza era mayor que hoy en día, sino que tampoco había esperanza en que el futuro pudiera ser mejor. En nuestra época observamos grandes avances tecnológicos que se dan durante nuestra vida, y por si fuera poco, tenemos un registro de esos avances a lo largo de toda la historia de la humanidad. Somos concientes de nuestro lugar en la historia, podemos mirar en retrospectiva y proyectar tendencias futuras. Sabemos que algún día colonizaremos Marte, o que algún día curaremos el cáncer. Pero el hombre del paleolítico no podía saber eso. En aquellos tiempos la tecnología evolucionaba tan lentamente que parecía estancada. Si hubieras vivido ahí, probablemente no habrías visto ningún avance tecnológico o científico en toda tu vida. Tenían que pasar cientos o miles de años para que surgiera alguna nueva tecnología. Tampoco ibas a ver cambios sociales, porque el respeto a la tradición era casi absoluto, estabas condenado a repetir la misma vida de tus ancestros y pensabas que todas las generaciones futuras iban a vivir exactamente igual que tú. Al no existir la escritura, no había registros de la evolución histórica de tu tribu, por lo tanto ni siquiera te planteabas la posibilidad de que tu cultura hubiera sido diferente en el pasado, o de que la tecnología hubiera sido más precaria; por tanto, no podías dilucidar que fuese posible algún tipo de cambio cultural o tecnológico en el futuro. No existían conceptos como “progreso”, “evolución” o “revolución”. No había historia, vivías en un eterno presente.



Ante tal sufrimiento, impotencia y ausencia de toda esperanza, la mente humana no podía hacer otra cosa que desarrollar una suerte de Síndrome de Estocolmo con la naturaleza. Es así que comienzas a sentir un gran respeto y admiración hacia los fenómenos naturales. Estás abrumado y a la vez maravillado por todo lo que te rodea. Todavía no tienes pensamiento científico, el mamut para ti no es un animal biológico, es un ser mágico y misterioso. Tampoco eres capaz de distinguir a un animal del fuego, de los árboles, de las rocas o de las nubes. No sabes distinguir entre lo vivo y lo inerte. Para ti la naturaleza entera es un ser vivo. Te ves a ti mismo como parte de un gran organismo vivo. Producto de esta mezcla de respeto hacia los fenómenos naturales y pensamiento mágico es que surge la religión animista; le rindes culto a los objetos, a los árboles, a las montañas, a las estrellas. Piensas que haciendo esto calmarás la ira de la Madre Tierra. Cuando sucede algo bueno, le agradeces a los dioses; cuando sucede algo malo, te culpas a ti mismo y haces sacrificios para expiar la culpa. Estos sacrificios son a menudo terribles, incluyendo el asesinato de tus propios hijos.

Los dioses lo determinan todo, ni una sola hoja se mueve si ellos no quieren. Apenas puedes influir en sus decisiones por medio de rituales y conjuros. Tu papel en la naturaleza es meramente reactivo. Ves patrones que se repiten, como las fases lunares, las estaciones del año, el sol que siempre sale por el este y se oculta por el oeste, el río que siempre fluye, los pájaros que siempre cantan. Intuyes que debe haber un orden invisible que lo gobierna todo. Poco a poco esos dioses dejan de representar fenómenos naturales concretos y pasan a representar el orden invisible que se esconde detrás de los fenómenos; los dioses se vuelven cada vez más abstractos.



El determinismo, la idea de que hay un orden natural que determina todos los acontecimientos, y por tanto, la idea de que el destino ya está fijado y nada podemos hacer para cambiarlo, es la cosmovisión dominante en la mente de los humanos primitivos. Esta cosmovisión quedará grabada a fuego en la mente humana y se transmutará en diversas creencias, religiones, filosofías e ideologías políticas a lo largo de la historia. Y aunque los humanos con el tiempo desarrollarán conocimientos y tecnologías cada vez más sofisticadas que le permitirán tener un dominio mayor sobre la naturaleza, la creencia en el orden natural se mantendrá intacta y les impedirá utilizar estos conocimientos para su beneficio. Pues en el fondo el ser humano continuará pensando que hacer tal cosa es imposible, o que hacerlo podría ofender a los dioses y perturbar la armonía natural. Ya no será la naturaleza real, sino la idealización de la naturaleza el peor enemigo del ser humano. La humanidad pasará a ser víctima de una maldición autoimpuesta.

Comentarios

  1. Al final de esta primera parte quedamos en una dicotomía: naturaleza versus ser humano. Según el texto, no se podría hablar inicialmente de una armonía original: naturaleza - ser humano porque el argumento es que el ser humano es tal cuando objetividad la naturaleza en un primer momento de tremendus fascinas. Quedó pendiente de las siguientes partes. Muchas gracias por la reflexión

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  2. Me encantó seguí así al final somos nosotros los que debemos cambiar para que el mundo 🌎 mundo cambie también

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