El objetivo de este ensayo es plantear una crítica a las bases teóricas del liberalismo. No estará centrado en una corriente particular, la crítica es válida tanto para anarcocapitalistas, minarquistas, paleolibertarios, liberales clásicos, neoliberales o liberales conservadores. Lo que diferencia a unos de otros radica principalmente en su grado de tolerancia a la intervención estatal, pero todos coinciden en que el Estado es el principal problema a resolver.
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El liberalismo
parte de que hay individuos con derechos naturales que no pueden ser plenamente
libres debido a la coacción estatal. Esta coacción no solamente afecta el goce
de la libertad individual sino que también pone frenos al desarrollo económico,
social y cultural de la humanidad. Por tanto, su propuesta es la reducción o
abolición del Estado para dar lugar a una sociedad de individuos libremente
asociados.
La idea de
libertad en sentido genérico es problemática. Nadie es ni puede ser enteramente
libre dado que estamos limitados por nuestro cuerpo y por el ambiente. La
abolición del Estado no supondría más que una liberación respecto al Estado,
pero no respecto a los demás elementos que constituyen la naturaleza. Es más,
liberarnos con respecto al Estado podría suponer una mayor esclavitud con
respecto a la naturaleza, suponiendo que el Estado cumpla la función de
protegernos de esta y que las organizaciones privadas que le reemplacen no
consigan igualar su protección.
A la idea de
libertad se le opone la idea de coacción. Para el liberalismo la coacción
siempre se ejerce de un individuo hacia otro. La coacción implica violencia
física o amenaza de violencia física. El Estado, que no es otra cosa que un
grupo de individuos, detenta el monopolio de la violencia y por tanto el
monopolio de la coacción. Reduciendo el Estado se reducirá la principal fuente
de coacción y se ampliará la libertad individual.
Por el
contrario, la experiencia vital nos dice que la libertad es mucho más que la
ausencia de coacción estatal. La idea vulgar —pero no menos cierta— de “ser
libre” consiste en “poder hacer lo que yo quiera”. Este “poder hacer” no solo
en el sentido negativo (que me dejen hacer lo que yo quiera) sino también en el
sentido positivo (que tenga la capacidad de hacer lo que yo quiera). Una
persona en silla de ruedas tiene reducida su libertad de movimiento a pesar de
que nadie le prohíba moverse. Un adicto a las drogas no es libre de dejar de
ser adicto por más que ninguna ley se lo impida. Uno no se imagina siendo libre
en la enfermedad, en la adicción, en la ignorancia, en la pobreza extrema o
atrapado en un pozo; no basta con una mera libertad negativa frente al Estado,
sino que el ejercicio pleno de la libertad requiere de condiciones materiales
necesarias internas y externas al sujeto (libertad positiva).
Sorprende que
una ideología que pone la libertad en el centro del debate político tenga un
concepto de ella tan restrictivo, que considere que solo basta con eliminar la
coacción estatal para liberar a los individuos de toda opresión. La libertad
del liberalismo es contraintuitiva, no parece surgir de la realidad concreta
que experimenta el individuo sino de una idealización de la realidad. Es una
idea metafísica de libertad que primero se crea en la mente y luego se baja al
mundo real. Uno de los grandes problemas del liberalismo es que no tiene una
visión integral del ser humano, se ocupa únicamente de los conflictos derivados
de las relaciones sociales. Es una ideología más propia de abogados y
economistas que de filósofos y científicos.
Pero si
ampliamos la mirada sobre el ser humano y entendemos la coacción no solo como
violencia entre individuos, sino en un sentido más amplio del término, como
toda limitación de la naturaleza a la voluntad del individuo, entonces el
Estado queda en un segundo plano. Porque si asumimos esta idea más amplia de
coacción: ¿qué es más coactivo, padecer un cáncer terminal o pagar un 90% de
impuestos? ¿Qué es más coactivo para un homosexual, vivir en una comunidad
islámica yihadista sin Estado, o vivir en una comunidad laica con un Estado
autoritario? ¿Qué es más coactivo para un vagabundo, morir de hipotermia en
invierno o ser obligado por el Estado a permanecer en un refugio? Las
respuestas parecen obvias.
En efecto, la
naturaleza en su conjunto ejerce una coacción que supera la coacción estatal.
El planteamiento de que el Estado es la principal fuente de coacción a la que
se enfrenta el individuo no resiste el más mínimo análisis. De ser esta su
principal tesis, el liberalismo se mostraría como una ideología absolutamente
ridícula.
2
Otra objeción
del liberalismo al Estado es su falta de legitimidad. ¿Pero cómo puede ser el
Estado ilegítimo si es el mismo Estado quien establece lo que es ilegítimo? El
Estado no necesita legitimidad porque ha existido desde que existe la
civilización. La primera gran civilización de la antigüedad fue Sumeria, un
reino autoritario que llegó a establecer controles de precios y salarios. La
segunda gran civilización fue Egipto, que tenía un faraón con poderes
absolutos. En Egipto había un control total de la producción económica, todos
sus habitantes trabajaban para el Estado o pagaban impuestos, lo que posibilitó
la construcción de las pirámides, que al contrario de lo que muchos creen no
fueron construidas por esclavos sino por funcionarios públicos. ¿Es una
casualidad que las primeras civilizaciones hayan surgido con Estados
fuertemente centralizados? El Estado es incluso más antiguo que el dinero; en
Sumeria y Egipto se usaba el trueque.
La legitimidad
del Estado se funda en que la gran mayoría de las personas creen en la
legitimidad del Estado. No existe ninguna legitimidad en el sentido metafísico
del término. El Estado es algo así como el motor inmóvil de Aristóteles: causa
de todas las causas, pero causa incausada. La legitimidad es aquello que
determine el Estado, pero el Estado no necesita ser legitimado. Cuestionar el
derecho del Estado a ejercer coacción sobre nosotros es tan absurdo como
cuestionar el derecho que tienen los padres de coaccionar a sus hijos. Esto es algo
que cualquier persona racional y psicológicamente sana da por hecho. Se podrá
cuestionar el modo o la finalidad con la que un gobernante o un padre ejercen
la coacción, o se podrá cuestionar el modelo de Estado o el modelo de
paternidad, pero no tiene sentido cuestionar al Estado o la paternidad en sí.
En resumen, se podrá cuestionar su forma, pero no su esencia. Porque cuestionar
la esencia de tales instituciones implica necesariamente cuestionar la
existencia misma de la civilización.
El
paleolibertario Miguel Anxo Bastos ha sostenido que «No hubo ningún contrato social. El Estado surge por la violencia y la
conquista de bandas de bandidos organizados que le quitan recursos al resto de
la población». Es cierto que nunca se firmó un contrato social, pero lo que
sí hay es un consentimiento social. La gran mayoría de los individuos
consienten la existencia del Estado. En el momento que el Estado es consentido
queda legitimado. Si ese consentimiento se otorga por principios, por necesidad
o simplemente por temor o presión social es totalmente irrelevante. La
“legitimidad” de la que hablan los liberales es de tipo idealista, nada tiene
que ver con la realidad material del mundo.
Las leyes o
derechos naturales a los que alude el liberalismo no son más que una
abstracción ideologizada de los derechos positivos, esto es; el acto de robar
como acto inmoral se establece por costumbre —los humanos entendimos hace
milenios que tomar objetos entre nosotros sin pedir permiso nos hace daño, por
eso lo dejamos de hacer—, y para garantizar el cumplimiento de esa costumbre el
Estado impuso la prohibición de robar. Los liberales toman esa costumbre,
nacida de la más pura conveniencia material, y la convierten en una abstracción
metafísica. Luego, separada la idea de robo de su origen utilitario, la usan
para decir que los impuestos son un robo. El problema está en que el “robo” en
su sentido original corresponde a una ética materialista: robar es malo porque
nos perjudica a todos. Mientras que la idea de “robo” del liberalismo es una
desviación hacia la ética formal, esto es: robar es malo siempre, en un sentido
metafísico, aunque no perjudique a la sociedad, incluso aunque la sociedad lo
acepte y lo promueva. Si la sociedad quiere pagar impuestos y se beneficia de
ellos, son igualmente malos porque constituyen un robo desde el punto de vista
metafísico.
Los liberales
no entienden que la política se rige por una ética materialista, no por una
ética formal. Cuando se le pregunta a la gente cuál es el problema social más
importante suele responder “desempleo”, “inflación”, “salud”, “seguridad”,
“educación”, etc. Todas necesidades materiales y concretas. Casi nadie
responderá que el problema más importante es la “violación del derecho natural
al goce de la propiedad privada” o la falta de un “respeto irrestricto al
proyecto de vida del prójimo”. Eso solo le preocupa a un fanático. El objeto de
la política no es obedecer principios éticos metafísicos independientes de las
necesidades materiales; es servir a las necesidades materiales. Si los
impuestos son un robo en el sentido de la ética liberal-metafísica, pero esos
impuestos sirven para reducir la pobreza y evitar el sufrimiento físico y
psicológico de la población, los impuestos quedan totalmente legitimados desde
el punto de vista de la ética materialista.
El liberal
libertario Juan Ramón Rallo ha criticado a los defensores del Estado diciendo
que «Algunos defienden lo público para
conseguir a través del parasitismo de la coacción estatal aquello que no
hubiesen podido conseguir jamás cooperando pacífica y productivamente a través
del sector privado». Efectivamente, el Estado existe para garantizar al
individuo aquello que el sector privado no puede. Lo que a Rallo le molesta es
el “parasitismo”, es decir la existencia del Estado. Rallo no está preocupado
en que los individuos satisfagan sus necesidades, sino en que no las satisfagan
a través del Estado. Por decirlo de otra manera: a los liberales no les
preocupa el sufrimiento humano, solo les preocupa cumplir con un deber ético
que está por encima del ser humano. En palabras de Javier Milei: «¡Los Estados son una invención del Maléfico!».
Reducir o abolir el Estado es un imperativo moral, un mandato divino, un fin en
sí mismo.
Pero la
política no se trata de eso. Entonces el liberalismo queda obligado a demostrar
que su propuesta va más allá de una obsesión patológica con el Estado, si no
quiere convertirse, como dijimos, en una ideología absolutamente ridícula.
3
Llamaremos
“problemas fundamentales” a aquellos problemas que causan un grave daño a los
seres humanos o amenazan con provocar su extinción como especie.
La humanidad se enfrenta a una serie de
problemas fundamentales: microplásticos, desempleo por automatización,
transhumanismo, disgenesia, caída del cociente intelectual, caída de la
testosterona, problemas de fertilidad, natalidad por debajo del reemplazo,
crisis de opioides, hikikomori, aumento de la obesidad, multimillonarios
megalómanos, psicópatas, desintegración social, concentración de la riqueza,
extinción masiva de especies, agotamiento de recursos, por nombrar solo
algunos.
La pregunta
es: ¿cómo el liberalismo, en cualquiera de sus versiones, podrá resolver los
problemas fundamentales? Le he planteado esta pregunta a muchos liberales. Las
respuestas que suelo recibir se resumen en lo siguiente:
1. Los problemas fundamentales no existen, son
una invención de los estatistas para justificar la intervención del Estado.
2. Los problemas fundamentales existen, pero es
el Estado la causa de los mismos.
3. Los problemas fundamentales existen, no los
causa el Estado, pero tampoco pueden ser resueltos a través del Estado. Son
parte de la condición humana y no tienen solución política (se ignora el
problema y se espera que lo solucione Dios o el orden espontáneo de la
naturaleza), o bien, tendrán solución en un futuro gracias al libre mercado (se
subestiman los efectos del problema a corto plazo).
El liberalismo
entiende que el único problema fundamental es el Estado y que todos los demás
problemas ocurren a partir del Estado. Los problemas que no son causados por el
Estado carecen de importancia o no existen. El error principal del liberalismo
es que no parte de la observación de los problemas para luego hallar una
solución, sino que parte del rechazo visceral e irracional hacia el Estado, que
luego intenta racionalizar de manera forzada argumentando que los problemas se
solucionarán mágicamente una vez que el Estado sea abolido o reducido al
mínimo. Y cuando no sea posible demostrar tal cosa, simplemente negará o
subestimará esos problemas sin importar lo fundamentales que sean para el
bienestar o la supervivencia de la especie.
De hecho, el
liberalismo ni siquiera puede enfrentarse a problemas básicos como el
desempleo. Los liberales centran su atención en aquellos problemas económicos
que tienen su origen en el Estado mientras ignoran aquellos que son de origen
externo al Estado. Es obvio que el origen del desempleo es la propia lógica del
capitalismo, por eso rara vez un economista liberal hablará del desempleo, pero
sí hablará de la inflación y de los impuestos, que son causados por el Estado.
Una ideología que realmente estuviera buscando el bienestar de la población no
centraría su atención en los problemas según su causa, sino según su gravedad.
Un desempleo alto es más dañino que una inflación o unos impuestos altos,
porque quien sufre la inflación o los impuestos es porque tiene un salario,
pero quien sufre el desempleo no tiene nada. Hay gente que se suicida por no
conseguir trabajo, pero es muy raro que alguien se suicide por inflación o
impuestos altos. Además, un desempleo alto hace bajar los salarios (lo cual es
tan dañino como la inflación), de modo que no afecta solo a quien lo padece
sino también al resto de trabajadores. Los liberales adaptan las necesidades a
sus teorías y no sus teorías a las necesidades. No hablemos ya del desempleo
por automatización, que es un problema fundamental y el talón de Aquiles de la
teoría económica liberal, ante el cual no puede hacer otra cosa que negar su
existencia.
Pero es que
además el retiro de la intervención estatal plantea una serie de nuevos
problemas. Los liberales son incapaces de definir su modelo de sociedad porque
en el momento que lo hacen toda su teoría se cae como un castillo de naipes. La
explicación de su proyecto político implica enredarse en innumerables
contradicciones, ingenuidades y aberraciones éticas. Ellos siempre se mueven en
el terreno de lo abstracto, evitando poner ejemplos concretos de sus
propuestas, de modo que puedan ocultar las flaquezas de su teoría. Un caso
reciente es la polémica en torno a Javier Milei por haber propuesto legalizar
la venta de órganos. Algunos liberales conservadores quedaron sorprendidos y
decepcionados, como si no conocieran las ideas que ellos mismos defienden, como
si nunca hubiesen hecho el ejercicio de imaginar qué pasaría en una sociedad
sin intervención estatal. Quienes hemos hecho ese ejercicio no nos sorprende en
lo absoluto, como tampoco nos sorprendió saber que Antonio
Escohotado defendió el trabajo infantil o que Murray Rothbard propuso el comercio de niños.
Son las consecuencias lógicas de una reducción de la coacción estatal.
Los liberales
deben aclarar su posición ante los problemas fundamentales y decirlo claro: “Me
importa un bledo el abuso infantil, las drogas, el desempleo, la contaminación
o la extinción de la especie humana, yo solo quiero que el Estado me deje en
paz”. De no ser esto cierto, si realmente les mueve un genuino altruismo por la
humanidad, deben aceptar que esos problemas son reales y explicar de qué manera
el liberalismo los resolverá, con ejemplos concretos, no con idealismos. Porque
lo que deben demostrar los liberales no es si los impuestos son un robo o el
Estado es ilegítimo en un sentido metafísico, sino demostrar que su abolición o
reducción mejorará las condiciones de vida del ser humano y resolverá sus
problemas fundamentales sin crear a su vez nuevos problemas. Mientras no lo
hagan, podemos afirmar con seguridad que estamos ante una de las ideologías más
ridículas que se hayan inventado jamás. Una ideología que consiste en una sola
idea (reducir el tamaño del Estado) y cuyo fundamento ético ni siquiera es la
felicidad humana, sino el cumplimiento de un deber metafísico. Lo que nos lleva
a pensar si esto es solo una ideología política, o bien, algo más.
Creo que ese es el problema de reducir el liberalismo a ser anti-estado, y el ser antiestado a ser antiimpuestos
ResponderEliminarAunque no fuera principalmente anti-estado seguiría siendo una ideología ridícula, porque pretender que la causa principal del sufrimiento humano es la coacción entre individuos es una idiotez.
EliminarPor cierto, al final se contradice ya que usa una ética no utilitarista para criticar las consecuencias de una ética utilitaria (el trabajo infantil)
ResponderEliminarNo veo la contradicción. El trabajo infantil es inmoral porque genera sufrimiento en los niños, no porque viole algún principio metafísico. Escohotado quiere hacer creer que el trabajo infantil era un mal menor (para mí está mintiendo a sabiendas), lo cual sí es utilitario. Pero dentro de un marco liberal solo se puede ser utilitario hasta cierto punto, porque al final domina lo metafísico. A veces los liberales defienden el libre mercado diciendo que es el mayor creador de riqueza, pero aunque fuera el mayor creador de pobreza también lo defenderían, porque la libertad negativa está por encima de todo, es un valor sagrado para ellos. Como dije no hay contradicción, Escohotado es un manipulador y un falso utilitarista, y prueba de ello es que si hoy el trabajo infantil fuera legal, él lo habría visto con buenos ojos, a pesar de que ya no es necesario para la economía. De hecho, el trabajo infantil tampoco era necesario en el siglo XIX. Y Escohotado lo sabía, pero se disfrazó de utilitario para justificar el sufrimiento que provocó el liberalismo clásico.
EliminarEs parecido a lo que hace Javier Milei. El tipo primero dice: "No voté la ley de diagnóstico de cardiopatías congénitas porque implicaba más presencia del Estado interfiriendo en la vida de los individuos. Nosotros votamos de acuerdo al ideario liberal" (ética formal/metafísica). Luego cuando vé que el entrevistador lo mira con mala cara, el tipo se dá cuenta que está quedando como un loquito fanático, y entonces agrega "...pero es que además, para eso están los hospitales públicos... Esta ley implicaba más gasto, etc." (ética utilitaria/materialista). O sea, primero obedece al dogma metafísico y después intenta hacer que esa obediencia encaje con la realidad material.
EliminarMuchísima razón Juan, aunque un título mejor seria
ResponderEliminar''Abandonando Mitos Liberales''
que fue justo lo que hiciste, saludos
Como siempre el liberalismo en todas sus variantes se comporta más como una secta atrapado en su propio dogma viendo solo la libertad como algo abstracto no puede llegar a entender lo que implica toda la realidad ya la realidad es ajena a los dogmas y solo con echos y evidencias se puede demostrar algo
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