La metafísica del liberalismo


 De Juan de León

El objetivo de este ensayo es plantear una crítica a las bases teóricas del liberalismo. No estará centrado en una corriente particular, la crítica es válida tanto para anarcocapitalistas, minarquistas, paleolibertarios, liberales clásicos, neoliberales o liberales conservadores. Lo que diferencia a unos de otros radica principalmente en su grado de tolerancia a la intervención estatal, pero todos coinciden en que el Estado es el principal problema a resolver.

 

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El liberalismo parte de que hay individuos con derechos naturales que no pueden ser plenamente libres debido a la coacción estatal. Esta coacción no solamente afecta el goce de la libertad individual sino que también pone frenos al desarrollo económico, social y cultural de la humanidad. Por tanto, su propuesta es la reducción o abolición del Estado para dar lugar a una sociedad de individuos libremente asociados.

 

La idea de libertad en sentido genérico es problemática. Nadie es ni puede ser enteramente libre dado que estamos limitados por nuestro cuerpo y por el ambiente. La abolición del Estado no supondría más que una liberación respecto al Estado, pero no respecto a los demás elementos que constituyen la naturaleza. Es más, liberarnos con respecto al Estado podría suponer una mayor esclavitud con respecto a la naturaleza, suponiendo que el Estado cumpla la función de protegernos de esta y que las organizaciones privadas que le reemplacen no consigan igualar su protección.

 

A la idea de libertad se le opone la idea de coacción. Para el liberalismo la coacción siempre se ejerce de un individuo hacia otro. La coacción implica violencia física o amenaza de violencia física. El Estado, que no es otra cosa que un grupo de individuos, detenta el monopolio de la violencia y por tanto el monopolio de la coacción. Reduciendo el Estado se reducirá la principal fuente de coacción y se ampliará la libertad individual.

 

Por el contrario, la experiencia vital nos dice que la libertad es mucho más que la ausencia de coacción estatal. La idea vulgar —pero no menos cierta— de “ser libre” consiste en “poder hacer lo que yo quiera”. Este “poder hacer” no solo en el sentido negativo (que me dejen hacer lo que yo quiera) sino también en el sentido positivo (que tenga la capacidad de hacer lo que yo quiera). Una persona en silla de ruedas tiene reducida su libertad de movimiento a pesar de que nadie le prohíba moverse. Un adicto a las drogas no es libre de dejar de ser adicto por más que ninguna ley se lo impida. Uno no se imagina siendo libre en la enfermedad, en la adicción, en la ignorancia, en la pobreza extrema o atrapado en un pozo; no basta con una mera libertad negativa frente al Estado, sino que el ejercicio pleno de la libertad requiere de condiciones materiales necesarias internas y externas al sujeto (libertad positiva).

 

Sorprende que una ideología que pone la libertad en el centro del debate político tenga un concepto de ella tan restrictivo, que considere que solo basta con eliminar la coacción estatal para liberar a los individuos de toda opresión. La libertad del liberalismo es contraintuitiva, no parece surgir de la realidad concreta que experimenta el individuo sino de una idealización de la realidad. Es una idea metafísica de libertad que primero se crea en la mente y luego se baja al mundo real. Uno de los grandes problemas del liberalismo es que no tiene una visión integral del ser humano, se ocupa únicamente de los conflictos derivados de las relaciones sociales. Es una ideología más propia de abogados y economistas que de filósofos y científicos.



 

Pero si ampliamos la mirada sobre el ser humano y entendemos la coacción no solo como violencia entre individuos, sino en un sentido más amplio del término, como toda limitación de la naturaleza a la voluntad del individuo, entonces el Estado queda en un segundo plano. Porque si asumimos esta idea más amplia de coacción: ¿qué es más coactivo, padecer un cáncer terminal o pagar un 90% de impuestos? ¿Qué es más coactivo para un homosexual, vivir en una comunidad islámica yihadista sin Estado, o vivir en una comunidad laica con un Estado autoritario? ¿Qué es más coactivo para un vagabundo, morir de hipotermia en invierno o ser obligado por el Estado a permanecer en un refugio? Las respuestas parecen obvias.

 

En efecto, la naturaleza en su conjunto ejerce una coacción que supera la coacción estatal. El planteamiento de que el Estado es la principal fuente de coacción a la que se enfrenta el individuo no resiste el más mínimo análisis. De ser esta su principal tesis, el liberalismo se mostraría como una ideología absolutamente ridícula.

 

2

 

Otra objeción del liberalismo al Estado es su falta de legitimidad. ¿Pero cómo puede ser el Estado ilegítimo si es el mismo Estado quien establece lo que es ilegítimo? El Estado no necesita legitimidad porque ha existido desde que existe la civilización. La primera gran civilización de la antigüedad fue Sumeria, un reino autoritario que llegó a establecer controles de precios y salarios. La segunda gran civilización fue Egipto, que tenía un faraón con poderes absolutos. En Egipto había un control total de la producción económica, todos sus habitantes trabajaban para el Estado o pagaban impuestos, lo que posibilitó la construcción de las pirámides, que al contrario de lo que muchos creen no fueron construidas por esclavos sino por funcionarios públicos. ¿Es una casualidad que las primeras civilizaciones hayan surgido con Estados fuertemente centralizados? El Estado es incluso más antiguo que el dinero; en Sumeria y Egipto se usaba el trueque.

 

La legitimidad del Estado se funda en que la gran mayoría de las personas creen en la legitimidad del Estado. No existe ninguna legitimidad en el sentido metafísico del término. El Estado es algo así como el motor inmóvil de Aristóteles: causa de todas las causas, pero causa incausada. La legitimidad es aquello que determine el Estado, pero el Estado no necesita ser legitimado. Cuestionar el derecho del Estado a ejercer coacción sobre nosotros es tan absurdo como cuestionar el derecho que tienen los padres de coaccionar a sus hijos. Esto es algo que cualquier persona racional y psicológicamente sana da por hecho. Se podrá cuestionar el modo o la finalidad con la que un gobernante o un padre ejercen la coacción, o se podrá cuestionar el modelo de Estado o el modelo de paternidad, pero no tiene sentido cuestionar al Estado o la paternidad en sí. En resumen, se podrá cuestionar su forma, pero no su esencia. Porque cuestionar la esencia de tales instituciones implica necesariamente cuestionar la existencia misma de la civilización.

 

El paleolibertario Miguel Anxo Bastos ha sostenido que «No hubo ningún contrato social. El Estado surge por la violencia y la conquista de bandas de bandidos organizados que le quitan recursos al resto de la población». Es cierto que nunca se firmó un contrato social, pero lo que sí hay es un consentimiento social. La gran mayoría de los individuos consienten la existencia del Estado. En el momento que el Estado es consentido queda legitimado. Si ese consentimiento se otorga por principios, por necesidad o simplemente por temor o presión social es totalmente irrelevante. La “legitimidad” de la que hablan los liberales es de tipo idealista, nada tiene que ver con la realidad material del mundo.

 


Las leyes o derechos naturales a los que alude el liberalismo no son más que una abstracción ideologizada de los derechos positivos, esto es; el acto de robar como acto inmoral se establece por costumbre —los humanos entendimos hace milenios que tomar objetos entre nosotros sin pedir permiso nos hace daño, por eso lo dejamos de hacer—, y para garantizar el cumplimiento de esa costumbre el Estado impuso la prohibición de robar. Los liberales toman esa costumbre, nacida de la más pura conveniencia material, y la convierten en una abstracción metafísica. Luego, separada la idea de robo de su origen utilitario, la usan para decir que los impuestos son un robo. El problema está en que el “robo” en su sentido original corresponde a una ética materialista: robar es malo porque nos perjudica a todos. Mientras que la idea de “robo” del liberalismo es una desviación hacia la ética formal, esto es: robar es malo siempre, en un sentido metafísico, aunque no perjudique a la sociedad, incluso aunque la sociedad lo acepte y lo promueva. Si la sociedad quiere pagar impuestos y se beneficia de ellos, son igualmente malos porque constituyen un robo desde el punto de vista metafísico.

 

Los liberales no entienden que la política se rige por una ética materialista, no por una ética formal. Cuando se le pregunta a la gente cuál es el problema social más importante suele responder “desempleo”, “inflación”, “salud”, “seguridad”, “educación”, etc. Todas necesidades materiales y concretas. Casi nadie responderá que el problema más importante es la “violación del derecho natural al goce de la propiedad privada” o la falta de un “respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo”. Eso solo le preocupa a un fanático. El objeto de la política no es obedecer principios éticos metafísicos independientes de las necesidades materiales; es servir a las necesidades materiales. Si los impuestos son un robo en el sentido de la ética liberal-metafísica, pero esos impuestos sirven para reducir la pobreza y evitar el sufrimiento físico y psicológico de la población, los impuestos quedan totalmente legitimados desde el punto de vista de la ética materialista.

 

El liberal libertario Juan Ramón Rallo ha criticado a los defensores del Estado diciendo que «Algunos defienden lo público para conseguir a través del parasitismo de la coacción estatal aquello que no hubiesen podido conseguir jamás cooperando pacífica y productivamente a través del sector privado». Efectivamente, el Estado existe para garantizar al individuo aquello que el sector privado no puede. Lo que a Rallo le molesta es el “parasitismo”, es decir la existencia del Estado. Rallo no está preocupado en que los individuos satisfagan sus necesidades, sino en que no las satisfagan a través del Estado. Por decirlo de otra manera: a los liberales no les preocupa el sufrimiento humano, solo les preocupa cumplir con un deber ético que está por encima del ser humano. En palabras de Javier Milei: «¡Los Estados son una invención del Maléfico!». Reducir o abolir el Estado es un imperativo moral, un mandato divino, un fin en sí mismo.

 

Pero la política no se trata de eso. Entonces el liberalismo queda obligado a demostrar que su propuesta va más allá de una obsesión patológica con el Estado, si no quiere convertirse, como dijimos, en una ideología absolutamente ridícula.

 

3

 

Llamaremos “problemas fundamentales” a aquellos problemas que causan un grave daño a los seres humanos o amenazan con provocar su extinción como especie.

 

La humanidad se enfrenta a una serie de problemas fundamentales: microplásticos, desempleo por automatización, transhumanismo, disgenesia, caída del cociente intelectual, caída de la testosterona, problemas de fertilidad, natalidad por debajo del reemplazo, crisis de opioides, hikikomori, aumento de la obesidad, multimillonarios megalómanos, psicópatas, desintegración social, concentración de la riqueza, extinción masiva de especies, agotamiento de recursos, por nombrar solo algunos.

 

La pregunta es: ¿cómo el liberalismo, en cualquiera de sus versiones, podrá resolver los problemas fundamentales? Le he planteado esta pregunta a muchos liberales. Las respuestas que suelo recibir se resumen en lo siguiente:

 

1.  Los problemas fundamentales no existen, son una invención de los estatistas para justificar la intervención del Estado.

2.  Los problemas fundamentales existen, pero es el Estado la causa de los mismos.

3.  Los problemas fundamentales existen, no los causa el Estado, pero tampoco pueden ser resueltos a través del Estado. Son parte de la condición humana y no tienen solución política (se ignora el problema y se espera que lo solucione Dios o el orden espontáneo de la naturaleza), o bien, tendrán solución en un futuro gracias al libre mercado (se subestiman los efectos del problema a corto plazo).

 

El liberalismo entiende que el único problema fundamental es el Estado y que todos los demás problemas ocurren a partir del Estado. Los problemas que no son causados por el Estado carecen de importancia o no existen. El error principal del liberalismo es que no parte de la observación de los problemas para luego hallar una solución, sino que parte del rechazo visceral e irracional hacia el Estado, que luego intenta racionalizar de manera forzada argumentando que los problemas se solucionarán mágicamente una vez que el Estado sea abolido o reducido al mínimo. Y cuando no sea posible demostrar tal cosa, simplemente negará o subestimará esos problemas sin importar lo fundamentales que sean para el bienestar o la supervivencia de la especie.

 

De hecho, el liberalismo ni siquiera puede enfrentarse a problemas básicos como el desempleo. Los liberales centran su atención en aquellos problemas económicos que tienen su origen en el Estado mientras ignoran aquellos que son de origen externo al Estado. Es obvio que el origen del desempleo es la propia lógica del capitalismo, por eso rara vez un economista liberal hablará del desempleo, pero sí hablará de la inflación y de los impuestos, que son causados por el Estado. Una ideología que realmente estuviera buscando el bienestar de la población no centraría su atención en los problemas según su causa, sino según su gravedad. Un desempleo alto es más dañino que una inflación o unos impuestos altos, porque quien sufre la inflación o los impuestos es porque tiene un salario, pero quien sufre el desempleo no tiene nada. Hay gente que se suicida por no conseguir trabajo, pero es muy raro que alguien se suicide por inflación o impuestos altos. Además, un desempleo alto hace bajar los salarios (lo cual es tan dañino como la inflación), de modo que no afecta solo a quien lo padece sino también al resto de trabajadores. Los liberales adaptan las necesidades a sus teorías y no sus teorías a las necesidades. No hablemos ya del desempleo por automatización, que es un problema fundamental y el talón de Aquiles de la teoría económica liberal, ante el cual no puede hacer otra cosa que negar su existencia.

 

Pero es que además el retiro de la intervención estatal plantea una serie de nuevos problemas. Los liberales son incapaces de definir su modelo de sociedad porque en el momento que lo hacen toda su teoría se cae como un castillo de naipes. La explicación de su proyecto político implica enredarse en innumerables contradicciones, ingenuidades y aberraciones éticas. Ellos siempre se mueven en el terreno de lo abstracto, evitando poner ejemplos concretos de sus propuestas, de modo que puedan ocultar las flaquezas de su teoría. Un caso reciente es la polémica en torno a Javier Milei por haber propuesto legalizar la venta de órganos. Algunos liberales conservadores quedaron sorprendidos y decepcionados, como si no conocieran las ideas que ellos mismos defienden, como si nunca hubiesen hecho el ejercicio de imaginar qué pasaría en una sociedad sin intervención estatal. Quienes hemos hecho ese ejercicio no nos sorprende en lo absoluto, como tampoco nos sorprendió saber que Antonio Escohotado defendió el trabajo infantil o que Murray Rothbard propuso el comercio de niños. Son las consecuencias lógicas de una reducción de la coacción estatal.

 

Los liberales deben aclarar su posición ante los problemas fundamentales y decirlo claro: “Me importa un bledo el abuso infantil, las drogas, el desempleo, la contaminación o la extinción de la especie humana, yo solo quiero que el Estado me deje en paz”. De no ser esto cierto, si realmente les mueve un genuino altruismo por la humanidad, deben aceptar que esos problemas son reales y explicar de qué manera el liberalismo los resolverá, con ejemplos concretos, no con idealismos. Porque lo que deben demostrar los liberales no es si los impuestos son un robo o el Estado es ilegítimo en un sentido metafísico, sino demostrar que su abolición o reducción mejorará las condiciones de vida del ser humano y resolverá sus problemas fundamentales sin crear a su vez nuevos problemas. Mientras no lo hagan, podemos afirmar con seguridad que estamos ante una de las ideologías más ridículas que se hayan inventado jamás. Una ideología que consiste en una sola idea (reducir el tamaño del Estado) y cuyo fundamento ético ni siquiera es la felicidad humana, sino el cumplimiento de un deber metafísico. Lo que nos lleva a pensar si esto es solo una ideología política, o bien, algo más.


Comentarios

  1. Creo que ese es el problema de reducir el liberalismo a ser anti-estado, y el ser antiestado a ser antiimpuestos

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    1. Aunque no fuera principalmente anti-estado seguiría siendo una ideología ridícula, porque pretender que la causa principal del sufrimiento humano es la coacción entre individuos es una idiotez.

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  2. Por cierto, al final se contradice ya que usa una ética no utilitarista para criticar las consecuencias de una ética utilitaria (el trabajo infantil)

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    1. No veo la contradicción. El trabajo infantil es inmoral porque genera sufrimiento en los niños, no porque viole algún principio metafísico. Escohotado quiere hacer creer que el trabajo infantil era un mal menor (para mí está mintiendo a sabiendas), lo cual sí es utilitario. Pero dentro de un marco liberal solo se puede ser utilitario hasta cierto punto, porque al final domina lo metafísico. A veces los liberales defienden el libre mercado diciendo que es el mayor creador de riqueza, pero aunque fuera el mayor creador de pobreza también lo defenderían, porque la libertad negativa está por encima de todo, es un valor sagrado para ellos. Como dije no hay contradicción, Escohotado es un manipulador y un falso utilitarista, y prueba de ello es que si hoy el trabajo infantil fuera legal, él lo habría visto con buenos ojos, a pesar de que ya no es necesario para la economía. De hecho, el trabajo infantil tampoco era necesario en el siglo XIX. Y Escohotado lo sabía, pero se disfrazó de utilitario para justificar el sufrimiento que provocó el liberalismo clásico.

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    2. Es parecido a lo que hace Javier Milei. El tipo primero dice: "No voté la ley de diagnóstico de cardiopatías congénitas porque implicaba más presencia del Estado interfiriendo en la vida de los individuos. Nosotros votamos de acuerdo al ideario liberal" (ética formal/metafísica). Luego cuando vé que el entrevistador lo mira con mala cara, el tipo se dá cuenta que está quedando como un loquito fanático, y entonces agrega "...pero es que además, para eso están los hospitales públicos... Esta ley implicaba más gasto, etc." (ética utilitaria/materialista). O sea, primero obedece al dogma metafísico y después intenta hacer que esa obediencia encaje con la realidad material.

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  3. Muchísima razón Juan, aunque un título mejor seria

    ''Abandonando Mitos Liberales''

    que fue justo lo que hiciste, saludos

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  4. Como siempre el liberalismo en todas sus variantes se comporta más como una secta atrapado en su propio dogma viendo solo la libertad como algo abstracto no puede llegar a entender lo que implica toda la realidad ya la realidad es ajena a los dogmas y solo con echos y evidencias se puede demostrar algo

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