Ucrania-Rusia La lucha anacrónica

Por el Leviatán Político 

Tras los recientes acontecimientos entre Rusia y Ucrania, muchos compararon los argumentos de Putin con los de Hitler para anexar los Sudetes. Otros hicieron una comparación, a mi juicio, más acertada; el desgaste ruso es como el soviético en la Guerra de Invierno tras invadir Finlandia. Sin embargo, como este artículo no es sobre política ni historia, sino de filosofía, quería poner acento en algo más interesante, que se lee debajo de estos paralelismos. Bajo ese velo político e histórico se esconde un paralelismo filosófico e ideológico fascinante.

Detrás de la argumentación étnica del mandatario ruso, y su lógica de esfera de influencia asfixiante, se esconde una visión filosófica e ideológica propia de una cosmovisión de finales del siglo XIX, una que duró hasta 1945. Los anti-rusos consideran que es la consecuencia de la falta de democracia e instituciones republicanas. Sin embargo, es lo contrario; la democratización de un pueblo culturalmente atrasado, en el sentido de ser menos moderno que Occidente, culmina, lógicamente, en buscar su representación en un régimen autoritario.

Cuando los rusos eran dirigidos por marxistas, su geopolítica fue más moderna porque, precisamente, al pueblo se lo mantenía al margen de la participación política. Un ejemplo es la liberación sexual, la dirigencia no lo veía mal en sí, pero la rechazaba por ser liberalismo cultural burgués. La ciudadanía soviética, directamente, lo consideraba una degeneración aberrante. Todo mientras Occidente lo veía como un proceso cultural más. Esto lleva a concluir que la Rusia actual, en promedio, culturalmente lleva entre 50 a 70 años de atraso.

Aunque el poder de Putin se sustenta, como dije, en esta parcial occidentalización y a un pueblo, como decimos en Occidente, “retrógrada”, las cosas cambiaron. En el primer mandato del ex agente de la KGB, ya estaba el ruso promedio en transición a una modernidad más contemporánea. Para su segundo mandato el proceso avanzó todavía más, y encima, sus vecinos ucranianos estaban aún más avanzados en ese camino. Frente a eso, el régimen hizo lo único que sabe hacer uno anacrónico; confrontar a las instituciones occidentales y centralizar el poder. La disidencia política, a favor de integrar a Rusia al mundo libre, se suprimió y Putín extendió su mandato junto a su poder. Si te cruzas a un moscovita y le preguntas por esta autocracia en gestación, bromeará diciéndole “Zar” a su Presidente.

El gobierno de Rusia Unida, cada vez más, ve tambalear su sólido poder en una modernidad líquida que, poco a poco, transforma una base firme en una pantanosa. Los rusos con orgullo herido que buscaron un líder fuerte, ya con su país recuperado, ahora solo quieren vivir libres y prósperos; los delirios patrióticos o confrontar a Occidente no es su interés. Se ve en los soldados que desertan  y en el régimen que aún sigue sin informar de la guerra al pueblo, llamándola “Operaciones Especiales”.

La expansiva influencia social occidental es la pesadilla del Kremlin. Por eso, cuando Ucrania se acercó a Occidente, preguntas surgieron ¿Y si la occidentalización funciona y el modelo era compatible? Si funcionaba para ucranianos ¿Por qué no con los rusos, siendo tan parecidos? La única reacción posible era la violencia, un acto desesperado del régimen para sobrevivir. Una lucha anacrónica e inútil por impedir que el devenir de la historia se los lleve puestos.
Ojalá el pueblo ruso salga adelante, recupere su libertad y que Occidente se haga responsable en integrarlos, en vez de dejarlos a su suerte como tras la caída de la URSS.  Aunque el mundo libre también tiene sus dilemas, errores y problemas por superar, pero eso será tema de otro artículo.

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