Pedestales (I y II)



Por Sebastian Di Grande

Pedestal I

 -Y fue por eso que rodaban cabezas por todo París y las calles más que calles eran piletas de sangre. No sé si me explico. En ese momento, los Sans Culotes, que eran como una especie de ejército auto convocado o del pueblo algo así, le decretaron el estado de sitio al valor de la vida; la sacaron de ese pedestal estúpido que tiene como lo más sagrado que existe, como eso que hay que respetar sin importar qué pase. ¿Y a quién pusieron en la cima? a las ideas, señor. ¡A las ideas! ¡Y durante esos días la imaginación estuvo al poder! Y ni se te ocurra pensar que me estoy refiriendo a mayo del 68, el fracaso más rotundo que pudo haber tenido la izquierda en el siglo XX. Me estoy refiriendo al terror jacobino, la parte más loca, vertiginosa, confusa, violenta y sobre todo ideológica de la revolución francesa. ¿Nunca viste la imaginación al poder? Si algún día pasa de vuelta, indefectiblemente va a desembocar en un proceso parecido. Cuando lo imaginario, lo ideal, el mundo de las ideas llega hasta la cumbre de lo sagrado, los individuos dejan de ser autómatas miedosos de perder su vida, que no vale una mierda, sobra del mundo, y pasan a ser más bien polvorines que son encendidos y tirados con vehemencia por ideas, puras ideas que, ambiciosas, se multiplican y se vuelven cada vez más agresivas, más fuertes, más vitales. Si mal no me acuerdo, una vez me dijiste que eras progresista.

 -Creo que lo soy

 -Todo lo que pensás salió de este ambiente que te estoy contando, mientras me miras con cara de asco. Todas las ideas que rellenan tu cabeza nacieron, se expandieron, vivieron con total vitalidad sobre las cabezas tapando los alcantarillados, las guillotinas con sangre seca en los filos, Roberspierre quedándose afónico después de un discurso encendido en el parlamento para posteriormente terminar con una bala en la mandíbula. ¡De ahí sale toda la ideología moderna! De uno de los últimos momentos de la historia de la humanidad donde ese supuesto valor supremo que es la vida se tomó licencia y le dejó la corona a la imaginación política. Y una vez que está allí, ésta no conoce límites. Todo es posible, el cielo es el límite, todo es posible, hasta lo que pareciese ser más insólito. Todo nos lo merecemos, todo lo queremos, y todo lo podemos tener, y quien me venga a decir lo contrario o complotar contra mis ideas, que me mate, que arruine mi cuerpo con cien puñaladas y que me calle, pero mi cuerpo es solamente un recipiente de pólvora y no más que eso. La pólvora va a encontrar otro depósito móvil, y va a seguir corriendo. Sí, Marcuse, la imaginación al poder, Marcuse. Pero nunca te vi dar un manifiesto en público y darte un balazo en sien, solamente para darle más fuerza y dramatismo a tu discurso, a tus dichos, y más importante, a tus ideas, tus putas ideas, que tendrían que ser lo más sagrado de tu corta y mísera existencia. Pero no, Marcuse. No viviste el terror y sos hijo de tu época. Tu vida es lo más importante, y nada va a atropellarla, ni siquiera tus palabras, que, como una profecía auto cumplida, se volvieron un bello recuerdo, una estampita turística del año 1968.

 -Nunca te vi dar tu vida por tus ideas.

 - ¡Obvio que no! Soy hijo de esta época. La vida no se toca desde, mínimo, la segunda guerra mundial. Tiene sus ventajas. No sé si hubiese sido agradable que un Sans Culote me hubiese asesinado de un hachazo en la nuca por haberme confundido con un girondino. Vivir en un mundo donde la preservación de las vidas es casi un axioma es fácil y reconfortante. Pero jamás te quiero volver a escuchar quejándote de que ya no hay grandes cambios, grandes revoluciones. Para que eso pase, el pedestal tiene que ser desocupado, por lo menos por un rato. Y yo no voy a ser el que haga el desalojo.

 

Pedestal II

 Las estupideces que dijo Antonio hace un rato se me fueron rápido de la cabeza por el absurdo y por esa vehemencia que solamente puede tener un tipo que se bajó una botella de gin tonic él solo. O eso pensé.

 Disfrutando del cuasi privilegio de vivir en capital, decidí volverme caminando hasta mi casa, disfrutando una noche primaveral que daba el equilibrio justo: no hacía ni frío ni calor, la brisa tibia refrescaba mi cara y venía en contra de la dirección en la que yo me dirigía, y, detalle más importante para mí, todavía no había mosquitos. ¿Qué representa el mosquito? El no saber para qué se está en el mundo. Peso muerto. El nacer para reproducirse y morir, y en el medio, aburrirse, y para tolerar esa sensación, molestar gente, incluso llegar a matarla. Recuerdo a esos chicos rusos del martillo. Estaban tan aburridos que mataron a un vagabundo de forma brutal y lo filmaron, tan solo para divertirse, porque no sabían ya que hacer para que las horas se vayan. O también aparece en mi cabeza el cuadro del chico vietnamita aprendiendo a usar un arma, imitando a sus mayores, soldados del vietcong que lo miran sonriendo, orgullosos al ver a una larva de mosquito aprendiendo de ellos, mosquitos con uniforme. Más peso muerto. Y finalmente llego a la esquina donde se inyectan y salen a robar cuando se quedan sin plata para comprar la próxima jeringa. Podríamos decir que los mosquitos son almas en pena, que sufren muchísimo su presencia física y que todas estas cosas son escapes para tratar de llevar ese dolor. Pero en ese trajín, no se produce absolutamente nada trascendente, elevador, ni siquiera útil para el conjunto humanidad, y sufren, sufren y mucho. Y está muy mal visto pensar en la muerte de estos cuerpos, justamente porque hay una protagonista en el pedestal bloqueando todo el camino alternativo, y es la mismísima vida. La vida está por sobre todo y no se toca; y esta idea se va a llevar hasta la última consecuencia, y también va a aplicarse en la miserable vida de un tipo que violó y mutiló a una mujer, y está pasando sus días en una cárcel común.

 La vida en el pedestal tiene consecuencias. La misma se sobrevalua, hablando en términos economicistas (nada pareciese haber fuera de la economía). Se dice que vale infinitamente, pero los cuerpos se preguntan si realmente ese valor es el que se dice. La ciencia es una locomotora que viaja sin frenar un segundo hacia el objetivo de la inmortalidad. ¿Queremos vivir hasta los 500 años? La preservación perpetua de la vida, o sea, la inmortalidad ¿Es un telos que valga la pena, o más importante, que tenga un sentido? Lo más probable es que cuando se llegue a ese momento en el cuál la muerte sea tan obsoleta como un vhs, los primeros humanos eternos sean como los peces del dentista de Buscando a Nemo, que dedicaron todas sus energías y toda su obra a buscar salir de esa triste pecera, que no cumple otra función que ser mera decoración, mero peso muerto, mero mosquito, porque daña la moral de los peces. Y un día, después de planificar minuciosamente cada detalle técnico, por fin pueden cometer la fuga. Salen por la ventana del consultorio secundados por bolsas cerradas llenas de agua, cruzan con cuidado la calle, y se tiran al mar. La liberación está en sus manos. El telos se cumplió. Pero les faltó la parte más importante:

nunca pensaron cómo salir de las bolsas de plástico que los protegía en el viaje. Y entonces, ya sin poder hacer mucho más, uno de los peces pregunta ya con el terror de la incertidumbre en su cara: “¿Y ahora qué?” Ese mismo destino les depara a los buscadores compulsivos de valorizar más y más a la vida.

 El gran problema de la preservación de la vida como valor supremo de la cultura es que es un fin, pero un fin sin sentido. El preservar la vida no dota de un sentido relevante a la existencia, hace que haya un vacío general y que llenar el mismo se haga cada vez más cuesta arriba. Como una gran burbuja especulativa, mientras más vida, menos sentido; mientras más se alarga la vida, más difícil se vuelve pensar en qué hacer con la misma. Por todos lados hay personas que están vivas, pero no saben para qué, y muchos menos por qué; en otras palabras, gólems: seres que son materia inanimada (y que quiere permanecer inanimada) pero que son obligados a animarse por la fuerza y deambulan, llevando sobre los hombros la mochila de no querer vivir y ser obligados hacerlo ¡y encima agradecerlo! El mundo de los gólems tiene una taxonomía propia que debería ser profundizada. En esta clasificación entran un sinfín de personajes, cada uno con sus rasgos particulares: El hikikomori, Silvia Prieto, el ya mencionado mosquito, entre muchos otros más por descubrirse.

 Y fue así que puse la llave en la puerta de mi casa, por fin, y mi cabeza volvió a Antonio reivindicando al terror jacobino. En ese caso fue la ideología radical de ese sector del pueblo francés la que destronó a la vida de su trono, pero lo que realmente hay que subrayar no es lo que pasó ahí, sino que la vida como valor supremo fue desplazada y, no casualmente, hubo un cambio muy profundo en esos cortos meses de 1793 y 1794. Cambios que tienen ecos hasta el día de hoy, en lo que pensamos, en lo que decimos y en lo que hacemos.

 Vuelvo a las guillotinas y a Restif de La Bretonne esquivando cuerpos y saltando charcos de sangre para llegar hasta su hogar, vuelvo a mí haciendo lo mismo, pero en la total intrascendencia de un camino sin sobresalto alguno. Me convenzo más que nunca de que de esta época y de nosotros no va a salir ninguna revolución.

Comentarios

  1. Mis más sinceras felicitaciones por esta reflexión tan profunda, Sebastian.

    Tus últimas palabras me han hecho pensar en cómo por lo general percibimos sin duda todos los tiempos pasados como peores, pues en ellos la vida tenía mucho menos valor, sin darnos cuenta de que irónicamente esto era lo que hacía que las personas le dieran mucha más importancia que la que se le concede ahora.

    La organización en diferentes grupos, asociaciones, sindicatos y partidos políticos era vista como algo esencial por la sociedad ya que aquellos que defendieran tus intereses eran por los que valía la pena luchar de verdad, un enfrentamiento que el ser humano necesita instintivamente para sentir que su vida tiene algo sentido o en otras palabras, que lo que hace es útil.

    Por eso me hace gracia cuando se suele simplificar la explicación de la apatía social imperante en la actualidad diciendo que todo se debe a la llegada de la tecnología moderna y todas sus facilidades y comodidades para la vida cotidiana.

    Es evidente que está relacionado, pero por supuesto que no es ni el único ni el principal motivo; el más destacado es que la gente simplemente ya no le encuentra sentido a su existencia porque piensa que no hay nada por lo que verdaderamente importe darla (a diferencia de otras épocas, como la del Imperio romano donde se peleaba por la gloria de Roma y el emperador, la Edad Medieval y Moderna en la cual se hacía lo mismo por la religión y el rey o el siglo pasado donde se combatía por la futura ideología política que pasaría a dirigir la humanidad, si capitalismo, comunismo o fascismo... ahora simplemente no hay ningún tipo de enfrentamiento claro contra nada ni nadie, pese a que muchos intentan que así vuelva a ser).

    Reitero lo dicho al principio: felicidades por esta buenísima entrada.

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